27 de diciembre de 2008

José Saramago: "El hombre más sabio que conocí no sabía leer ni escribir"

por Óscar Jara


José Saramago celebra sus 78 años con una nueva novela que fue interrumpida por los fastos de la concesión del premio Nobel de Literatura de 1998. El pesimismo sobre el destino deshumanizado del hombre se hace más visible en su obra, y recuerda que la sabiduría no es más que sincera humildad en armonía con el mundo.

El escritor es una persona afable que se expresa con una cadencia sugestiva. No existen palabras vacías para Saramago. Sus manos se mueven didácticas, mientras sus cejas espesas suben y bajan impulsando una mirada, que al pasar por la aduana de sus gafas y atravesar el aire, nos llega envuelta en un halo de pesimismo, o quizás de tristeza ,como sucede con los fados de su tierra.

Cuando habla de su último libro, La Caverna, lo hace en un castellano desenvuelto en ritmo portugués. Evita calificarse de pesimista, a pesar del argumento de la novela, y prefiere referirse a los hechos: "Yo no soy pesimista. Mire usted al mundo y dígame cómo lo ve", es su respuesta.

Al concederle el premio Nobel de literatura, se dijo de él, que hacía comprensible con palabras una realidad huidiza, pero Saramago tiene la necesidad de matizar estas palabras, porque además de la literatura hay otros planos: "Para quien se está muriendo de hambre la realidad no es huidiza es algo que está allí. Se puede filosofar mucho acerca de la realidad, de si lo que vemos es lo que es y todo eso, pero hay que reflexionar sobre los hechos que tienen que ver con la situación del mundo, de las 6.000 millones de personas que lo habitan y cómo están viviendo. Aparentemente es el prototipo de un mundo feliz, pero feliz para unos cuantos. El mundo es una pesadilla y podría no serlo, porque existen los medios para no serlo".

José Saramago vierte en sus palabras ese compromiso de denuncia de la deshumanización del hombre contemporáneo. Al igual que lo hiciera en Ensayo sobre la ceguera y en Todos los nombres, en esta última novela La Caverna -que completa la trilogía- el hombre es la víctima principal del proceso de globalización y, para demostrarnos, no duda en ponernos ejemplos cercanos: "Se dice que Europa necesita de inmigración, y hay un comercio con los inmigrantes. Por un lado los necesitamos, porque hay trabajos que no queremos hacerlo , y que antes no teníamos más remedio que hacerlo. Pero en lugar de acogerlos humanamente, sencillamente, se convierten en una mercancía. Con el caso de los ecuatorianos ahora sabemos cuánto vale un inmigrante, cuánto le pagamos. Ahora dígame si esto es ser pesimista o los hechos son los hechos".

El protagonista de La Caverna es un alfarero, Cipriano Algor, que en los últimos años vende todos sus trabajos al centro comercial cercano a su aldea. Los responsables del centro deciden prescindir de sus productos. Este hecho afecta el destino de su familia, que hace todo lo posible por mantener las ilusiones. Al lado de muchos objetos de la vida actual, de usar y tirar, el caso de Cipriano demuestra que es un ser humano "descartable". La lógica de las empresas pone por encima de todo el lucro, y el lucro es implacable, no se detiene ante consideraciones éticas o sociales. Esta sociedad de lucro desprecia la tradición y el trabajo bien hecho en favor del mercado.

Será por esto que el escritor recuerda que también vivimos una época en que se confunde sabiduría con conocimientos: "El hombre más sabio que conocí no sabía leer ni escribir. Era mi abuelo materno, y aunque analfabeto era un sabio en su relación con el mundo. Era pastor y había armonía en cada palabra que pronunciaba. Era una pieza en el mundo. No era apático, ni resignado, tenía que ver directamente con la naturaleza: un ser humano directamente conectado con la naturaleza, como los árboles de su huerto, de los cuales se despidió cuando tuvo que viajar a Lisboa. Les abrazó y se despidió de ellos, de su naturaleza, porque sabía que se iba a Lisboa a morir".

ÓSCAR JARA - ¿Es abarcable en la metáfora del consumo y del centro comercial lo esencial del comportamiento humano contemporáneo?

JOSÉ SARAMAGO - Antes la mentalidad se formaba en una gran superficie llamada catedral, y ahora está formándose en otra gran superficie llamado centro comercial, que es
la catedral de nuestro tiempo, y quizá también la universidad de nuestro tiempo.


La Caverna es una mirada incompleta del mundo actual, ya que este mundo es de una gran complejidad en todos los sentidos. Como escritor uno no lo sabe todo o lo que sabe ya es de ayer y habría de saberlo de una forma distinta hoy. Pero eso no significa que se deba renunciar a lo más noble que hay en el ser humano que es la obligación de pensar, y si uno se limita de esto, entonces entra en el rebaño del conformismo, y yo no puedo resignarme.

OJ - ¿De dónde nace el fanatismo mercantilista actual?

JS - De la apatía. La sociedades son apáticas y ni siquiera la evidencia de los hechos las conmueve o las mueve. Si no hay resistencia se puede llevar a las sociedades donde quiera. La sociedad civil, tan reclamada y aplaudida por políticos es la más manipulada y más allá está el caso de las multinacionales que desvirtúan las democracias. En democracia el ciudadano debe elegir, que yo sepa las multinacionales no se presentan a las elecciones y tienen el poder efectivo, real. Es una comedia de engaños.

Yo digo a veces que deberíamos indignarnos. Quizás no valga la pena porque la indignación sube y baja rápidamente. Lo que deberíamos es reflexionar seriamente lo que está pasando en el mundo en la economía, la ecología, la desigualdad, la indiferencia, el racismo.

OJ - ¿Por qué un alfarero como símbolo?

JS - El alfarero es un personaje que está extinguiéndose. Trabaja con arcilla y hay la idea mítica que el hombre está hecho de arcilla. El alfarero está allí como una figura real, pero en el fondo es la figura mítica del creador, de un creador que ya no es necesario, y el hombre se convierte en la cosa más descartable, y digo "cosa" intencionadamente. Hay evidencias de esto, si una empresa se reestructura lo primero que se decide es poner en la calle a los trabajadores.

Saramago no se siente filósofo, porque dice que en tal caso sería un filósofo frustrado, aunque reconoce que estaría más cerca del profesor, porque no puede evitar el ser didáctico, y no porque crea tener una misión en el mundo, sino porque la vida es una cosa muy seria y hay que abordarla así. ¿Pero y si Saramago tuviera una misión cuál seria? No duda en contestar: "Si tuviera alguna, mi misión sería no callarme, que es una misión de mi propia conciencia, y es esa conciencia la que me impide callar".

Se le ve vital haciendo estas afirmaciones. Los largos viajes, el último de 45 días por África y América Latina, visitando siete países le han dejado cansado, pero ya se alista para el siguiente periplo. Confiesa que ya no escribe libros de viajes, porque si lo hiciera ahora, con todo lo recorrido, necesitaría una enciclopedia. Pero seguirá escribiendo novelas: "Todavía no he agotado lo que tengo que decir. Eso ocurrirá y entonces tendré la sensatez de no escribir más".

Entrevista publicada en www.babab.com