7 de enero de 2009

Yo, Rodolfo


Por Rodolfo Walsh



Cuando chico, ese nombre no terminaba de convencerme: pensaba que no me serviría, por ejemplo, para ser presidente de la República. Mucho después descubrí que podía pronunciarse como dos yambos aliterados (1), y eso me gustó.

Nací en Choele-Choel, que quiere decir "corazón de palo". Me ha sido reprochado por varias mujeres.

Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antig"uedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba.

Mi padre era mayordomo de estancia, un transculturado al que los peones mestizos de Río Negro llamaban Huelche. Tuvo tercer grado, pero sabía bolear avestruces y dejar el molde en la cancha de bochas. Su coraje físico sigue pareciéndome casi mitológico. Hablaba con los caballos. Uno lo mató, en 1947, y otro nos dejó como única herencia. Este se llamaba "Mar Negro", y marcaba dieciséis segundos en los trescientos: mucho caballo para ese campo. Pero esta ya era zona de la desgracia, provincia de Buenos Aires.

Tengo una hermana monja y dos hijas laicas.

Mi madre vivió en medio de cosas que no amaba: el campo, la pobreza. En su implacable resistencia resultó más valerosa, y durable, que mi padre. El mayor disgusto que le causo es no haber terminado mi profesorado en letras.

Mis primeros esfuerzos literarios fueron satíricos, cuartetas alusivas a maestros y celadores de sexto grado. Cuando a los diecisiete años dejé el Nacional y entré en una oficina, la inspiración seguía viva, pero había perfeccionado el método: ahora armaba sigilosos acrósticos.

La idea más perturbadora de mi adolescencia fue ese chiste idiota de Rilke: Si usted piensa que puede vivir sin escribir, no debe escribir. Mi noviazgo con una muchacha que escribía incomparablemente mejor que yo me redujo a silencio durante cinco años. Mi primer libro fueron tres novelas cortas en el género policial, del que hoy abomino. Lo hice en un mes, sin pensar en la literatura, aunque sí en la diversión y el dinero. Me callé durante cuatro años más, porque no me consideraba a la altura de nadie.

Operación masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior. Me fui a Cuba, asistí al nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso. Volví, completé un nuevo silencio de seis años. En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística. En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces. En la hipótesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez.

(1) Unidad métrica compuesta por una sílaba breve (sin acento) y una larga (acentuada).
Así, habría que leer Rodólf Fowólsh.

5 de enero de 2009

“SUEÑEN, EN LOS SUEÑOS NO HAY LIMITES”

Entrevista

“SUEÑEN, EN LOS SUEÑOS NO HAY LIMITES”


Por Lisandro Arijón


El 19 de agosto del 2008 será recordado por todos como el día en que el deporte

nacional consiguió su primera medalla dorada en los juegos olímpicos de Beijing y él es uno de los dos protagonistas que pedaleando lo hicieron posible.


Cuando en 1979 la mayoría de los argentinos se preocupaba por la inestabilidad social que propinaba la dictadura, él cumplía cinco años y su padre lo subía por primera vez a una bicicleta de carrera en una de las pocas calles de asfalto que tenía su barrio Isidro Casanova.


Con la llegada de la democracia comenzó a competir en categorías júnior consiguiendo resultados muy alentadores, para ese entonces todos veían en Walter Pérez una dedicación y una capacidad que hacía pensar en un futuro dorado.


Sus destacadas actuaciones lo llevaron a los primeros planos del ciclismo sudamericano y fue en el año 2000 cuando Juan Curuchet lo eligió como reemplazante de su hermano Gabriel quien se retiraba del profesionalismo.


Aunque parezca mentira, antes de los Juegos Olímpicos los ganadores de la medalla dorada recibían por medio de la Secretaría de Deportes de la Nación un subsidio que no llegaba a los 2000 pesos por mes, lo cual dificultaba la preparación para poder llegar a punto a Beijing. “Planificamos ir a correr a España e Italia y el tema pasajes, alojamiento y todo es donde se dificulta y comienzan a poner trabas porque la plata no sale de la Secretaría de Deportes para los viajes, revela Pérez.



¿Qué haría Walter Pérez si fuera Secretario de Deportes por un día?


“Por un día no me alcanzaría, tendría que serlo por unos cuantos años, hay que poner gente que sepa lo que es el deporte, que no venga de deportes fáciles o muy profesionales como lo es el fútbol y tener gente alrededor que sepa lo que es un deporte amateur, que sepa lo que sufren los deportistas para que se pueda trabajar entre todos”.


La preparación previa a Beijing fue distinta a la encarada por la pareja

Curuchet-Pérez para Atenas 2004, en aquella ocasión llegaban como favoritos luego de coronarse campeones del mundo en 2003, pero su actuación en Grecia no fue buena. En cambio para estos juegos la historia fue diferente, en el mundial previo no obtuvieron grandes resultados, esta vez lo mejor estaba por venir.


Nada parece ser casualidad en la vida de este enorme deportista, así como piensa hasta el último detalle de sus entrenamientos parece planificar también sus éxitos deportivos. “Siempre desde chico fui escalón por escalón, desde ganar un campeonato nacional a ganar un sudamericano, un panamericano, un campeonato mundial y una medalla en los juegos, me quedaba este último que era el más difícil y por suerte pude ganar la de oro”, explica.


Walter Pérez es un verdadero ejemplo de lo que tiene que luchar un deportista argentino para lograr grandes conquistas internacionales, sin olvidarnos claro de sus cualidades naturales para subirse a una bicicleta y dejar atrás a países de primer mundo como España o Inglaterra.


¿Qué mensaje le das a todos aquellos deportistas amateurs que día a día se enfrentan a tantas dificultades para poder progresar?


“El mensaje es que sueñen, en los sueños no hay límites, hay que sacrificarse y perseverar que se puede llegar a lo que uno se proponga”.


La respuesta parece un poco cursi, pero si en la Argentina no soñamos en grande, las posibilidades de alcanzar un objetivo trascendente se reducen a cero, mejor hacerle caso a alguien que soñó y parece no despertar.