28 de noviembre de 2008

Batman - El Caballero de la Noche: una película política


Por Carolina Giudici



“El lapso de vida del hombre en su carrera hacia la muerte llevaría inevitablemente a todo lo humano hacia la ruina y destrucción si no fuera por la facultad de interrumpirlo y comenzar algo nuevo, facultad que es inherente a la acción a la manera de recordatorio siempre presente de que los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar”.


Hannah Arendt - La condición humana




Un recuerdo personal


Allá por 1989, durante unos pocos meses, canal 13 puso en el aire un ciclo llamado “El club de Batman”, conducido por Guillermo “Macu” Mazzuca, en donde cada día se emitía un capítulo de la serie protagonizada por Adam West. La repentina euforia por el encapotado la había despertado la superproducción dirigida por Tim Burton que por aquel entonces llegaba a los cines. Yo no era particularmente fanática de Batman ni de ningún otro héroe de historietas, pero la serie de televisión me encantaba y jamás me la perdía. Confieso que esperaba especialmente los capítulos en donde aparecía Gatúbela, porque adoraba ver cómo Batman sucumbía ante sus juegos de seducción, sin importar que fuera su enemiga. Hoy, dos décadas después, al comprobar humildemente hasta qué punto la vida es compleja -aunque no tanto como el amor- comprendo un poco mejor por qué cuando era chica me gustaba la relación entre esos dos personajes.


También veo hoy que el áspero primer Batman de Burton se estrenó el año en que asumía George Bush padre, el mismo año en el que un Muro caía para siempre y se preparaba para el año siguiente la Guerra del Golfo (esa que “no tuvo lugar”, según sugirió Jean Beaudrillard). Luego vendrían los Batman colorinches de Joel Schumacher, en plena era Bill Clinton, hasta que el director británico Christopher Nolan decidió resucitar el mito para el planeta post 11 de septiembre, en medio de una década en donde los protagonistas de los comics saturaron la pantalla grande. ¿Pero qué significa ser un superhéroe en el siglo XXI? ¿Y cómo hacer verosímil a la ya naturalizada y altamente mediatizada banalidad del Mal?

Formalidades


Antes de aventurar alguna respuesta, dejemos en claro las impresiones primarias: El Caballero de la Noche es un film entretenido, violento, impetuoso, perturbador, de una ambición por momentos agotadora, con actores de inapelable carisma y una factura técnica que sabe honrar la fisicidad de los cuerpos antes de hundirse en la ingravidez del barroco digital. Además de los intérpretes ya vistos en la película anterior (Christian Bale como Bruce Wayne/Batman, Morgan Freeman como Lucius Fox, Michael Caine como Alfred, el gran Gary Oldman como el comisionado Jim Gordon), están los nuevos: si el Harvey Dent/Dos Caras de Aaron Eckhart fascina, el Guasón de Heath Ledger aterra a la vez que conmueve (es imposible no pensar en el destino trágico del actor). La abrasadora composición de Ledger es la crema de la película: todo el drama se erige como desafío a la ideología de su personaje.


Es cierto que el film tiene debilidades: luego de la fallida elección de Katie Holmes en Batman Begins, Maggie Gyllenhaal tampoco da con el psique du rol de Rachel Dawes; la trama está innecesariamente sobrecargada de personajes secundarios; la voz rasposa de Batman a veces suena ridícula; y hay un par de lagunas en el relato que atentan contra el claro seguimiento del argumento. En fin: como todo producto industrial, El Caballero de la Noche no elude las convenciones y arbitrariedades narrativas impuestas por el género. Pero lo interesante es detenerse en los desvíos de la senda tradicional, esas grietas en donde el arte popular logra esbozar ideas inesperadas: es allí donde fermentan las inquietudes que estimulan la lectura política del film.


Acción y conciencia


Ciudad Gótica es la síntesis de un mundo en donde se ha perdido toda confianza en el otro: cualquiera puede ser corrupto. Las calles están tomadas por la mafia y tampoco se puede creer en la policía. ¿Cómo volver a pensar la noción de comunidad en este panorama infernal? ¿Cómo encontrar un eje para la organización de la sociedad cuando el sistema ha destrozado todos lo valores? Y en el fondo: ¿quién es responsable por la continuidad de ese sistema?
En el libro Apocalípticos e Integrados, Umberto Eco analiza la figura de Superman y se pregunta por qué se limita a cuidar una ciudad. Si realmente la meta de este personaje, como la de otros superhéroes, es favorecer el Bien, ¿por qué no plantearse una transformación un poco más radical, que abarque a la humanidad entera? El poder lo tiene, por eso perfectamente “podría apoderarse del gobierno, destruir un ejército, alterar el equilibrio planetario”, como advierte el pensador italiano. “De un hombre que puede producir trabajo y riqueza en dimensiones astronómicas, se podría esperar la más asombrosa alteración en el orden político, económico, tecnológico, del mundo”. Pero no: Superman desarrolla su actividad dentro de Metrópolis, por lo cual -como dice Eco- es “un ejemplo perfecto de conciencia cívica completamente separada de la conciencia política. El civismo de Superman es perfecto, pero lo ejerce y configura en el ámbito de una pequeña comunidad cerrada”.


Lo mismo puede aplicarse a Batman y su papel en Gotham City, si bien él es humano y no tiene la fuerza cósmica de Superman, que es de origen extraterrestre. Me parece necesario partir de esta diferencia de conciencias que establece Eco para admitir el contrato simbólico de la literatura de masas: el capitalismo no es cuestionado y el mal a combatir está representado por “individuos pertenecientes al underworld, al mundo subterráneo de la mala vida”, incluyendo a la mafia, por supuesto. Digo: hay que aceptar que el paladín de la justicia aquí sea un multimillonario arrogante como Bruce Wayne, que jamás se pregunta cuánta culpa tiene su clase en la promoción de una ciudad cada día más insegura y miserable. Sobre esta base, el guión escrito por Christopher Nolan y su hermano Jonathan explora a fondo tanto la vulnerabilidad del héroe como la función subversiva del villano, buscando trazar algunos puentes con el mundo real contemporáneo.


El Guasón es la encarnación del Mal como absoluto. Está convencido de que el hombre es el lobo del hombre y su objetivo es probar que cualquier alma puede ceder a la tentación criminal. En su delirio terrorista tiene impunidad para decir lo que se le ocurra, por eso es quien lanza las ideas más escalofriantes de la película: “¿Sabes de qué mi di cuenta? -le dice a Harvey Dent. De que nadie se altera cuando todo va de acuerdo al plan, aun cuando el plan sea espeluznante. Si mañana le digo a la prensa que un pandillero fue asesinado, o que un convoy de soldados va a explotar, nadie va a alterarse, porque todo es parte de un plan”. Entonces uno comprende que a este personaje anárquico solo le importa la reacción de un tipo particular de conciencia: la nuestra, la mentalidad del espectador formado en la cultura unidimensional (y que Herbert Marcuse llamó "falsa conciencia").


En la vereda de enfrente, a Batman le surgen muchas dudas mientras a su alrededor aumenta la paranoia. Es que ya no entiende cuál es su lugar en la sociedad. Por otro lado, algo comienza a quebrarse en su relación con Lucius Fox, su mano derecha en Wayne Enterprises. Decidido a apoyar al fiscal Harvey Dent en su campaña política, Bruce firma un contrato con el Estado y convierte al área de Investigaciones de la empresa en el Departamento Gubernamental de Telecomunicaciones, sin consultarlo con Lucius. Luego Lucius descubre el increíble panóptico que mediante una red de ondas sonoras transmite sobre una gran pantalla la información de todos los teléfonos celulares de la ciudad. “Maravilloso, pero poco ético. Es demasiado poder en manos de una sola persona”, advierte el científico. Batman sabe que está cruzando una barrera muy peligrosa, pero al menos aquí el fin -atrapar al Guasón- parece justificar los medios.


El poder económico del empresariado se mezcla con el poder estatal. Tecnologías diseñadas para invadir el espacio privado. La institución que debería velar por la seguridad de las personas -la policía- es la principal sospechosa de pronunciar el caos. Cualquier similitud con lo real es una deliberada coincidencia. Ante cada nueva provocación del Mal, el Bien acude a maniobras cada vez más ambiguas. Todo se confunde a tal extremo que ya no importan los bandos ni el basamento moral de las acciones. ¿Esto es todo lo que hay?


No exactamente. Creer que todos los valores están absolutamente devastados es tan simplista como creer que el mal algún día podrá erradicarse para siempre. “Todos merecemos morir”, cantaba Johnny Depp en la sangrienta Sweeney Todd de Tim Burton, una de las tantas películas nihilistas del último tiempo que proponen el Apocalipsis como único camino lógico para la humanidad. Una conclusión demasiado perezosa. El Caballero de la Noche nos recuerda que el mundo es bastante más complicado. Más pasional y más gris.

Guasón quiere demostrar que cualquier sujeto puede rebajarse a su mismo nivel de locura homicida. Pero su “experimento social” -la extraordinaria secuencia de los barcos- no funciona. La actitud de un grupo de ciudadanos refuta su teoría. Llamémosle nobleza, dignidad, culpa, lo que sea: es una fibra de sentido humano que aún no puede destruirse. Lo interesante es que en ese escenario no están presentes ni Batman, ni Gordon, ni el propio villano. Es el hombre común, librado a su conciencia, quien elige antes que nada respetar la vida del otro.


¿Qué hacemos con esta certeza? ¿Qué hacemos ante la prueba de que todavía existe la posibilidad de la ética? No lo sabemos… quizás empezar todo de nuevo.


Mientras tanto, en Ciudad Gótica es necesario volver a encarrilar el plan: sí, ese “plan” del que hablaba el Guasón y que busca disciplinar a la población para que pueda dormir en paz sin hacer demasiadas preguntas sobre el estado de las cosas. Al final de la película, Batman y Gordon deciden ocultar los crímenes de Dos Caras para eternizar la sana reputación de Harvey Dent. Batman y Gordon manipulan flagrantemente los hechos y construyen un discurso ad hoc que restaure la confianza en la Ley y el Orden. “O mueres siendo un héroe, o vives lo suficiente para convertirte en villano”, dice Batman, que desde ahora será un vigilante clandestino. Y se despide: “A veces la verdad no alcanza. A veces la gente merece más: merece que recompensen su fe”.


De acuerdo, Batman. Tenemos la fe. Ahora hay que pensar cuál es el plan que realmente nos conviene.









26 de noviembre de 2008

“Mundo Grúa fue como mi carnet de conducir en el cine”

ENTREVISTA A LUIS MARGANI


El protagonista del primer film del cineasta argentino Pablo Trapero describe sus experiencias en el cine, su pasado como bajista en una banda de rock en los ‘70 y los recelos en el ambiente y el trato cotidiano con los demás.

Por Marcos Francese



El comedor luce decorado con cuadros, tapas de diarios y fotografías con otros actores. Sobre el modular asoma su tesoro más preciado: el premio al mejor actor del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires de 1999. La televisión murmura las noticias de lo que ocurre en Bolivia. La puerta se abre y aparece el actor Luis Margani, más conocido como el “Rulo”, aquel personaje entrañable que fue el centro de la película Mundo Grúa de Pablo Trapero. Con los ojos entreabiertos y los pelos arremolinados se sienta para comenzar la entrevista. “Me quedé dormido” dice, ofreciendo disculpas.


Margani alcanzó la fama con Mundo Grúa siendo un actor no profesional (actualmente sigue con su taller de electricidad del automóvil), pero este no es el único dato curioso de la vida de este actor de San Justo.


“A mí siempre me gusto el arte”, reconoce. A comienzos de los setenta fue el bajista de la banda de música beat “Séptimo Regimiento”, que se hizo famosa con el hit “Paco Camorra”. Con esta banda apareció en las películas de Luis Sandrini y hasta hicieron giras en el exterior. “Los rockeros nos decían que hacíamos música berreta “, se ríe, mientras alza su mirada buscando recuerdos de su juventud.


Ya en los ‘80, Margani elige el matrimonia y el mundo de la música se termina para él. Y aunque admite que con el taller de electricidad siempre le fue bien, también cuenta que llegó a estar sin el local y a trabajar en la calle. De alguna manera, siempre se la “rebuscó”.


Su llegada al cine se dio gracias a que conocía a Martín Trapero, el padre de Pablo. Margani compraba los repuestos en su local. En 1999, Trapero lo convoca para protagonizar Mundo Grúa. “Cuando me lo propuso le dije no. Era otro desafío”, recuerda Margani.


- ¿Qué experiencias le dejó esa película? Estuvo con actores como Adriana Aizemberg, Daniel Valenzuela y Roly Serrano
- Estar con actores profesionales era otra cosa. Tengo una anécdota con Adriana Aizemberg: cuando me la presenta, pensé que era una vecina. Improvisamos una escena en su departamento. Y la verdad es que me sorprendí. Le dije a Pablo: “muy bien esta chica”. Y Adriana me miraba como diciendo: “¿éste quién se cree que es?”. Cuando empezó a hablar de los planos, no sabía dónde meterme. Me sentía bastante satisfecho mientras rodábamos, pero también estaba mi duda porque no entendía nada de actuación.


Después vinieron sus participaciones en comerciales, series televisivas y distintas películas. En el 2001 coprotagonizó en Chile, “La fiebre del Loco”, un film del prestigioso director trasandino Andrés Wood.


¿Siente que hay cierto recelo con usted en el ambiente porque no es un actor de carrera?
No creo. Una vez un actor me dijo que yo no podía opinar porque no había estudiado. No le di importancia. Grandes actores como Soledad Silveyra me felicitaron. Arturo Bonín dijo que mi actuación era un documento fílmico. Las críticas no me interesan. Si bien Mundo Grúa fue como mi carnet de conducir en el cine, en los últimos años estudié teatro para seguir perfeccionando mi actuación.


A medida que fue creciendo su popularidad, el trato cotidiano -dice Margani- “fue siempre igual”. Destaca que nunca se la creyó. “Por eso seguí con el taller”, aclara el actor. Y eso demuestra que su naturalidad –ese rasgo intransferible que deslumbró en aquel primer film- permanece intacta.
Septiembre de 2008