31 de diciembre de 2008

Cosa de Locos... Cosa nuestra… y tuya… también.


Lunes 20 a 22 Hs. Por FM Freeway 90.7


En vivo a través de Internet: www.freewatrock.com.ar/radio


Cosa de Locos es el programa de la cultura joven del Oeste. Si te catalogan de loquito por pensar lo que pensás… o tener esas raras ideas nuevas… Cosa de Locos es tu lugar.

Un magazine semanal orientado a un público joven que todavía cree y tiene esperanzas de que las cosas pueden ser, aunque sea, un poquito mejores.


Este es uno de los fragmentos más destacados del programa:


El premio Nóbel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, dialogó con Cosa de Locos en la Noche de la Freeway 90.7 y expusó su análisis sobre los 25 años de democracia en Argentina.

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27 de diciembre de 2008

José Saramago: "El hombre más sabio que conocí no sabía leer ni escribir"

por Óscar Jara


José Saramago celebra sus 78 años con una nueva novela que fue interrumpida por los fastos de la concesión del premio Nobel de Literatura de 1998. El pesimismo sobre el destino deshumanizado del hombre se hace más visible en su obra, y recuerda que la sabiduría no es más que sincera humildad en armonía con el mundo.

El escritor es una persona afable que se expresa con una cadencia sugestiva. No existen palabras vacías para Saramago. Sus manos se mueven didácticas, mientras sus cejas espesas suben y bajan impulsando una mirada, que al pasar por la aduana de sus gafas y atravesar el aire, nos llega envuelta en un halo de pesimismo, o quizás de tristeza ,como sucede con los fados de su tierra.

Cuando habla de su último libro, La Caverna, lo hace en un castellano desenvuelto en ritmo portugués. Evita calificarse de pesimista, a pesar del argumento de la novela, y prefiere referirse a los hechos: "Yo no soy pesimista. Mire usted al mundo y dígame cómo lo ve", es su respuesta.

Al concederle el premio Nobel de literatura, se dijo de él, que hacía comprensible con palabras una realidad huidiza, pero Saramago tiene la necesidad de matizar estas palabras, porque además de la literatura hay otros planos: "Para quien se está muriendo de hambre la realidad no es huidiza es algo que está allí. Se puede filosofar mucho acerca de la realidad, de si lo que vemos es lo que es y todo eso, pero hay que reflexionar sobre los hechos que tienen que ver con la situación del mundo, de las 6.000 millones de personas que lo habitan y cómo están viviendo. Aparentemente es el prototipo de un mundo feliz, pero feliz para unos cuantos. El mundo es una pesadilla y podría no serlo, porque existen los medios para no serlo".

José Saramago vierte en sus palabras ese compromiso de denuncia de la deshumanización del hombre contemporáneo. Al igual que lo hiciera en Ensayo sobre la ceguera y en Todos los nombres, en esta última novela La Caverna -que completa la trilogía- el hombre es la víctima principal del proceso de globalización y, para demostrarnos, no duda en ponernos ejemplos cercanos: "Se dice que Europa necesita de inmigración, y hay un comercio con los inmigrantes. Por un lado los necesitamos, porque hay trabajos que no queremos hacerlo , y que antes no teníamos más remedio que hacerlo. Pero en lugar de acogerlos humanamente, sencillamente, se convierten en una mercancía. Con el caso de los ecuatorianos ahora sabemos cuánto vale un inmigrante, cuánto le pagamos. Ahora dígame si esto es ser pesimista o los hechos son los hechos".

El protagonista de La Caverna es un alfarero, Cipriano Algor, que en los últimos años vende todos sus trabajos al centro comercial cercano a su aldea. Los responsables del centro deciden prescindir de sus productos. Este hecho afecta el destino de su familia, que hace todo lo posible por mantener las ilusiones. Al lado de muchos objetos de la vida actual, de usar y tirar, el caso de Cipriano demuestra que es un ser humano "descartable". La lógica de las empresas pone por encima de todo el lucro, y el lucro es implacable, no se detiene ante consideraciones éticas o sociales. Esta sociedad de lucro desprecia la tradición y el trabajo bien hecho en favor del mercado.

Será por esto que el escritor recuerda que también vivimos una época en que se confunde sabiduría con conocimientos: "El hombre más sabio que conocí no sabía leer ni escribir. Era mi abuelo materno, y aunque analfabeto era un sabio en su relación con el mundo. Era pastor y había armonía en cada palabra que pronunciaba. Era una pieza en el mundo. No era apático, ni resignado, tenía que ver directamente con la naturaleza: un ser humano directamente conectado con la naturaleza, como los árboles de su huerto, de los cuales se despidió cuando tuvo que viajar a Lisboa. Les abrazó y se despidió de ellos, de su naturaleza, porque sabía que se iba a Lisboa a morir".

ÓSCAR JARA - ¿Es abarcable en la metáfora del consumo y del centro comercial lo esencial del comportamiento humano contemporáneo?

JOSÉ SARAMAGO - Antes la mentalidad se formaba en una gran superficie llamada catedral, y ahora está formándose en otra gran superficie llamado centro comercial, que es
la catedral de nuestro tiempo, y quizá también la universidad de nuestro tiempo.


La Caverna es una mirada incompleta del mundo actual, ya que este mundo es de una gran complejidad en todos los sentidos. Como escritor uno no lo sabe todo o lo que sabe ya es de ayer y habría de saberlo de una forma distinta hoy. Pero eso no significa que se deba renunciar a lo más noble que hay en el ser humano que es la obligación de pensar, y si uno se limita de esto, entonces entra en el rebaño del conformismo, y yo no puedo resignarme.

OJ - ¿De dónde nace el fanatismo mercantilista actual?

JS - De la apatía. La sociedades son apáticas y ni siquiera la evidencia de los hechos las conmueve o las mueve. Si no hay resistencia se puede llevar a las sociedades donde quiera. La sociedad civil, tan reclamada y aplaudida por políticos es la más manipulada y más allá está el caso de las multinacionales que desvirtúan las democracias. En democracia el ciudadano debe elegir, que yo sepa las multinacionales no se presentan a las elecciones y tienen el poder efectivo, real. Es una comedia de engaños.

Yo digo a veces que deberíamos indignarnos. Quizás no valga la pena porque la indignación sube y baja rápidamente. Lo que deberíamos es reflexionar seriamente lo que está pasando en el mundo en la economía, la ecología, la desigualdad, la indiferencia, el racismo.

OJ - ¿Por qué un alfarero como símbolo?

JS - El alfarero es un personaje que está extinguiéndose. Trabaja con arcilla y hay la idea mítica que el hombre está hecho de arcilla. El alfarero está allí como una figura real, pero en el fondo es la figura mítica del creador, de un creador que ya no es necesario, y el hombre se convierte en la cosa más descartable, y digo "cosa" intencionadamente. Hay evidencias de esto, si una empresa se reestructura lo primero que se decide es poner en la calle a los trabajadores.

Saramago no se siente filósofo, porque dice que en tal caso sería un filósofo frustrado, aunque reconoce que estaría más cerca del profesor, porque no puede evitar el ser didáctico, y no porque crea tener una misión en el mundo, sino porque la vida es una cosa muy seria y hay que abordarla así. ¿Pero y si Saramago tuviera una misión cuál seria? No duda en contestar: "Si tuviera alguna, mi misión sería no callarme, que es una misión de mi propia conciencia, y es esa conciencia la que me impide callar".

Se le ve vital haciendo estas afirmaciones. Los largos viajes, el último de 45 días por África y América Latina, visitando siete países le han dejado cansado, pero ya se alista para el siguiente periplo. Confiesa que ya no escribe libros de viajes, porque si lo hiciera ahora, con todo lo recorrido, necesitaría una enciclopedia. Pero seguirá escribiendo novelas: "Todavía no he agotado lo que tengo que decir. Eso ocurrirá y entonces tendré la sensatez de no escribir más".

Entrevista publicada en www.babab.com


17 de diciembre de 2008

Radio comunitaria y derecho a la comunicación.

Por Alfonso Gumucio Dagron *

La historia de la radio comunitaria en el mundo está en permanente construcción. América latina fue pionera a fines de los años cuarenta, cuando se estableció en Bolivia la primera radio de los trabajadores mineros en el distrito de Siglo XX-Catavi, y en Colombia, la primera emisora campesina, instalada por un cura joven en el valle de Sutatenza. Mucha experiencia se ha acumulado desde entonces. Con altos y bajos, con apariciones y desapariciones, como Ave Fénix las radios populares renacen constantemente y, aunque nadie puede esgrimir cifras exactas, se calcula que por lo menos diez a quince mil radios locales y comunitarias operan actualmente en nuestra región, sumando las legales y las ilegales, es decir, las amparadas por la ley cuando esta existe, y las que luchan por su legitimidad con el apoyo de las propias comunidades.

Tan solo en Brasil más de ocho mil están en espera de que se les otorgue una licencia para transmitir y muchas lo hacen aún sin licencia, aunque corren el riesgo de ser clausuradas por órdenes de Anatel, la empresa estatal de telecomunicaciones. En Perú, se estima que, de las más de cuatro mil radios locales que funcionan actualmente, aproximadamente la mitad lo hace sin licencia. En Guatemala, donde no existe ningún tipo de legislación sobre el tema, las radios comunitarias, que en su mayoría son propiedad de comunidades indígenas mayas, son perseguidas por un Estado que sirve a los intereses de los grandes empresarios de medios. En Bolivia, las radios comunitarias continúan multiplicándose, pero no existe una ley que las proteja y las promueva. Ningún gobierno se ha ocupado de ese tema, salvo el de Carlos Mesa, que por decreto supremo las reconoció e hizo un intento de definirlas.

En algunos países de América latina se las persigue como si fueran delincuentes (Brasil, Guatemala, México); en otros se las autoriza con restricciones draconianas que limitan su radio de influencia y les impiden sobrevivir (Chile, Brasil); en otros países se las tolera (Bolivia, Paraguay, Argentina) y en algunos incluso se las protege porque se entiende que cumplen un papel importante en el desarrollo y el cambio social (Perú, Venezuela, Ecuador, Colombia, Uruguay). Esta diversidad de escenarios en nuestra región –cambiante de acuerdo con los vaivenes de la política– revela la disparidad de los marcos legales y de las disposiciones del Estado.

Legislar a partir del derecho


Es una paradoja que mientras América latina vive la eclosión de regímenes políticos que se dicen progresistas, el derecho a la comunicación de los pueblos, representado esencialmente por iniciativas como las radios comunitarias, no merezcan una mayor atención por parte del Estado, que en lugar de promover la independencia de los medios de información y el fortalecimiento de las voces de los marginados, se preocupa más bien por establecer rigurosos controles y de instrumentalizar en su favor los canales de información independientes. Las excepciones son honrosas y Uruguay es una de ellas, con disposiciones tan elocuentes como la de asignar por ley un tercio de las frecuencias de radio y televisión, tanto analógica como digital, a las emisoras comunitarias.

Este es el momento de que la región establezca desde los poderes del Estado políticas y legislaciones que promuevan y protejan el derecho a la comunicación y de manera muy específica alienten el desarrollo de las radios comunitarias. No solamente es el momento político adecuado, sino también un momento económico propicio, porque la crisis mundial todavía no ha afectado dramáticamente la disponibilidad de recursos.

En materia de políticas y legislación sobre radios locales, es necesario ampliar el debate y la reflexión para llegar a una mejor comprensión del fenómeno, pues las confusiones abundan y el desconocimiento conspira en contra de la búsqueda de legitimidad y de legalidad.

Es imprescindible, por ejemplo, que en el diseño de las nuevas políticas y disposiciones legales se defina con claridad lo que se entiende por radios comunitarias, ya que con frecuencia el rótulo se aplica irresponsablemente a experiencias que no corresponden a la voluntad de las comunidades en cuyo nombre se obtienen licencias de transmisión. En el amplio abanico de las radios locales las hay comunitarias, pero también privadas, institucionales, confesionales e incluso gubernamentales. Es importante que cualquier política de Estado y legislación sobre medios de información y de comunicación, distinga específicamente los tres sectores: medios privados (comerciales y empresariales), medios públicos (del Estado en sus diferentes niveles: nacional, subnacional y municipal) y comunitarios.

¿Qué son radios comunitarias?

No es difícil establecer distinciones entre los medios locales de índole diferente. Las radios comunitarias, aquellas que pueden genuinamente reclamar ese rótulo, son aquellas en las que el proceso de comunicación está en manos de la colectividad y las decisiones las toma la comunidad a través de sus delegados democráticamente designados. Para que una emisora pueda ser considerada comunitaria, es imprescindible que la toma de decisiones sobre su estructura y programación sea producto de la participación y de la apropiación de una plataforma político-comunicacional.

Las radios locales del Estado, como las que promueven actualmente Venezuela y Bolivia, deben enmarcarse en la categoría de emisoras públicas en la medida en que las decisiones no se toman localmente. Esta misma discusión debe darse en torno de las radios indigenistas de México, establecidas por el Estado, y aquellas redes de emisoras locales para la paz que son promovidas por el gobierno colombiano.

Hubo un tiempo en que las radios locales promovidas por la Iglesia Católica progresista en América latina se identificaban plenamente con las necesidades sociales, culturales y políticas de las comunidades, y por lo tanto se asimilaban como radios comunitarias. Esto, sin embargo, ha cambiado en las últimas dos décadas debido a la emergencia de centenares de emisoras de radio y televisión locales en manos de sectas evangélicas que no son parte de las denominaciones cristianas tradicionales. La nueva ola de radios religiosas se caracteriza, como nunca antes, por el énfasis en la evangelización e impacta negativamente en la cultura y la organización de las comunidades, llegando al extremo de dividirlas y segmentarlas. Por ello, es imprescindible que las políticas y leyes contemplen una categoría aparte para las radios confesionales, con condiciones de operación que no deben ser las mismas que para las radios comunitarias.

En otra categoría se encuentran las radios institucionales, establecidas por organizaciones no gubernamentales, por universidades o por agencias de cooperación para el desarrollo. Estas emisoras cumplen un servicio público en sectores de educación, cultura y desarrollo, y pueden llegar a convertirse en radios comunitarias en la medida en que la participación local en la toma de decisiones se amplíe.

Finalmente, en el tercer sector de la información y de la comunicación están las radios privadas locales, cuya definición e identificación específica en la ley es tanto más imprescindible cuanto que estas emisoras pueden cumplir a veces roles en beneficio de la comunidad o por el contrario concentrarse exclusivamente en la especulación y el negocio.

Las leyes y disposiciones administrativas para las radios locales, además de distinguir las categorías enunciadas más arriba, deben establecer parámetros de responsabilidad social al tiempo de otorgar las licencias de operación. Por ejemplo, es necesario determinar entre los requisitos para la atribución de licencias un porcentaje mínimo de producción generada localmente, con contenidos educativos, culturales y sociales que sean de beneficio para la comunidad, y que sean pertinentes a la lengua y a la cultura local. Ninguna emisora debería acceder a los beneficios de la categoría de “radio comunitaria” si no cumple con requisitos mínimos que incluyen la participación comunitaria en la toma de decisiones, la generación local de contenidos y su pertinencia cultural y lingüística.

* El autor es boliviano, especialista en comunicación para el desarrollo con experiencia en Asia, Africa y América latina.


Articulo publicado en www.pagina12.com.ar

10 de diciembre de 2008

SEAN ETERNOS LOS LAURELES

Por Javier D'Alessandro

Podríamos definir a la democracia, de forma apresurada e imprecisa, como un sistema de organización de grupos de personas, cuya característica predominante es que la titularidad del poder esta en todos sus miembros. En ella, la toma de decisiones responde a la voluntad colectiva.

En sentido estricto la democracia es una forma de gobierno, de organización del Estado, en la cual las decisiones que afectan a todos son adoptadas por el pueblo. Mediante mecanismos de participación directa o indirecta, la voluntad popular le confiere legitimidad a sus representantes, quienes son los encargados de llevar adelante el gobierno.
En sentido amplio, democracia es una forma de convivencia social en la que todos sus habitantes son libres e iguales ante la ley. En la democracia las relaciones sociales se establecen de acuerdo a mecanismos preestablecidos, y la regla fundamental es el consenso.
En Argentina, el 10 de diciembre de 1983 recuperamos de una vez, y esperemos que para siempre, la forma de gobierno democrático-republicana. 25 años más tarde, surge la necesidad de reflexionar acerca de que democracia tenemos pero también que democracia queremos.

Un término histórico
El término democracia proviene del griego y fue acuñado en Atenas en el siglo V a. C. a partir de los vocablos "demos", que se traduce como "pueblo"; y "kratós", "poder" o "gobierno". Democracia significaría entonces "gobierno o poder del pueblo". De todas formas, el significado del término ha cambiado con el tiempo, y la definición moderna ha evolucionado mucho, sobre todo desde finales del siglo XVIII.
A partir de la Independencia de Estados Unidos en 1776 y la Revolución Francesa de 1778, emergió un nuevo concepto de democracia, alejado del ideal clásico ateniense. La característica principal de esta nueva forma de organización, la democracia liberal, es el derecho y la defensa de la propiedad privada.
Sin embargo, esta ha sido compatible con la restricción del derecho de las minorías. La esclavitud, el racismo y la falta de reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres son sobrados ejemplos de cómo las minorías quedan aplastadas por la "regla de las mayorías", donde quienes son más terminan haciendo fuerza de número y ganando beneficios sociales, políticos y culturales, o simplemente vetando las posibilidades de quienes son menos y también tienen derecho.
Desde mediados del siglo XX, con la vigencia de los derechos humanos, las democracias comenzaron a incluir un marco institucional que proteja los derechos de las minorías.

Democracia y Posmodernidad
Nuevos términos y nuevas definiciones nacen en el seno de la teoría democrática de cara a las transformaciones que propone esta nueva sociedad posmoderna. En la actualidad, las democracias se encuentran desarrollando complejos mecanismos articulados, con múltiples reglas de participación en los procesos de deliberación y toma de decisiones.
Existen distintos tipos de mayorías, y el verdadero poder de una democracia en las sociedades de lo líquido consiste en la división del poder real en múltiples micropoderes. Este poder no es ni más ni menos que la preservación de los ámbitos básicos para las minorías, lo que garantiza los derechos humanos de los individuos y de los grupos sociales.
Dos nuevos conceptos nacen en el amanecer del nuevo milenio, conceptos que se funden, se entremezclan y yuxtaponen, para afianzar los mecanismos de la democracia, aquel sistema de gobierno que, como diría Churchill, "es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás".
El concepto de democracia participativa propone la creación de formas democráticas directas para atenuar el carácter puramente representativo de la democracia liberal. Audiencias públicas, recursos administrativos, la figura del Defensor de pueblo, entre otras instancias son algunas de las transformaciones que propone y opera. Por otro lado, el concepto de democracia social propone el reconocimiento de las organizaciones de la sociedad civil como sujetos políticos. Consejos populares y diálogo social son dos términos que incorpora la democracia como propios. Mediante estos nuevos esquemas, las democracias posmodernas tienden a establecer un complejo sistema de mecanismos de control de los cargos públicos. En este nuevo proceso las organizaciones de la sociedad civil juegan un papel fundamental.
Con el retorno de la democracia en 1983 se generan una multiplicidad de organizaciones y de nuevos movimientos sociales. Según estadísticas del Ministerio de Desarrollo Social en Argentina existen más de 900 mil Organizaciones de la Sociedad Civil. La década de los 90 y su posterior desenlace en la hiper crisis del año 2001 habrían de crear las bases propicias para el desarrollo de este fenómeno.

La sociedad civil y el ejercicio de la democracia
Diciembre de 2001 marcó un hito en la historia de la democracia en Argentina. La consigna de "que se vayan todos" hacían sentir como crujían en su debilidad los cimientos de la representatividad en el país. Recuperamos la democracia hace algo más de 25 años, y, por suerte, esta se ha consolidado. Lo que es innegable es que se esta transformando.
Nuevos movimientos sociales y diferentes actores sociales que surgen ante el debilitamiento y el retroceso del estado. Un estado que no logra satisfacer a las históricas demandas sociales. El cambio que se produjo fue en la mentalidad. La necesidad del individuo de estar, de accionar, de controlar y fiscalizar.
Ya lo decía Silvio Frondizi, a principio de los sesenta. "Es de fundamental importancia promover nuevos órganos de contenido netamente popular con funciones de acción y poder. Los mismos deben estimular la participación activa y la intervención directa en la vida social y política. Partiendo del control de las organizaciones locales el hombre de pueblo, el trabajador, podrá ejercer efectivamente su papel de dirigente y lo hará en un régimen que, entonces sí, merecerá llamarse democrático".
Democracia es igualdad, son derechos y oportunidades. Democracia es poder hacer, es ser parte del poder para transformar, para construir. Democracia sos vos, soy yo, somos nosotros, somos todos. Una verdadera democracia es participar desde nuestro lugar para dejar de delegar en otros lo que nos corresponde como ciudadanos: hacer de nuestro espacio y de nuestro país un lugar mejor para todos.
Como escribiera Mariano Moreno en tiempos de la Revolución de Mayo "es justo que los pueblos esperen todo de sus dignos representantes; pero también es conveniente que aprendan por si mismos lo que es debido a sus intereses y derechos".
Los argentinos nos encontramos, en los albores del nuevo milenio, frente a un doble desafío. Por un lado, afianzar la estabilidad democrática conseguida hace 25 años. Por otro, asegurar la representatividad de todos los individuos, minorías y mayorías, en la nueva democracia del siglo XXI.

9 de diciembre de 2008

“Es tiempo de precariedad” Entrevista a Zigmunt Bauman

Por Daniel Gamper - Publicado en www.konfines.com.ar


Acuñador de una feliz metáfora sobre la contemporaneidad, la “modernidad líquida”, Zygmunt Bauman aparece hoy como uno de los más lúcidos pensadores de un presente convulso. Una entrevista y el análisis de su obra nos acercan al pensamiento de este sociólogo de origen polaco, un defensor de la esperanza frente al optimismo.


Zygmunt Bauman (1925) nació en Polonia en una humilde familia judía con la que emigró a la Unión Soviética tras la ocupación nazi. Tras su paso por el ejército polaco en el frente ruso, fue profesor en la Universidad de Varsovia hasta que con motivo de una campaña antisemita emigró al Reino Unido en donde aún vive. Bauman no es un divulgador de la sociología, pero sus contribuciones a esta disciplina están caracterizadas por un afán ensayístico que no está reñido con el rigor. Autor de “Modernidad y holocausto”, su obra fue estudiada sobre todo en círculos académicos, y no ha sido hasta la década de los noventa que ha pasado a ser conocido y reconocido por un público más amplio a propósito de libros como “Modernidad líquida”, “Globalización”, “Trabajo, consumismo y nuevos pobres”.

Bauman no ofrece teorías o sistemas definitivos, se conforma con describir nuestras contradicciones, las tensiones no sólo sociales sino también existenciales que se generan cuando los humanos nos relacionamos, es decir, la vida misma.


Usted afirma que nuestra época es la de lo líquido, que vivimos en la modernidad líquida. ¿Por qué?

Durante mucho tiempo intenté captar los rasgos característicos de esta época y ahí surgió el concepto de lo líquido. Es un concepto positivo, no negativo. Como dice la enciclopedia, lo fluido es una sustancia que no puede mantener su forma a lo largo del tiempo. Y ese es el rasgo de la modernidad entendida como la modernización obsesiva y compulsiva. Una modernidad sin modernización es como un río que no fluye. Lo que llamo la modernidad sólida, ya desaparecida, mantenía la ilusión de que este cambio modernizador acarrearía una solución permanente, estable y definitiva de los problemas, la ausencia de cambios. Hay que entender el cambio como el paso de un estado imperfecto a uno perfecto, y el estado perfecto se define desde el Renacimiento como la situación en que cualquier cambio sólo puede ser para peor. Así, la modernización en la modernidad sólida transcurría con la finalidad de lograr un estadio en el que fuera prescindible cualquier modernización ulterior. Pero en la modernidad líquida seguimos modernizando, aunque todo lo hacemos hasta nuevo aviso. Ya no existe la idea de una sociedad perfecta en la que no sea necesario mantener una atención y reforma constantes. Nos limitamos a resolver un problema acuciante del momento, pero no creemos que con ello desaparezcan los futuros problemas. Cualquier gestión de una crisis crea nuevos momentos críticos, y así en un proceso sin fin. En pocas palabras: la modernidad sólida fundía los sólidos para moldearlos de nuevo y así crear sólidos mejores, mientras que ahora fundimos sin solidificar después.

¿Qué consecuencias tiene esta inestabilidad para la sociedad y los individuos?

El sentimiento dominante hoy en día es lo que los alemanes llaman “Unsicherheit”. Uso el término alemán porque dada su enorme complejidad nos obliga a utilizar tres palabras para traducirlo: incertidumbre, inseguridad y vulnerabilidad. Si bien se podría traducir también como “precariedad”. Es el sentimiento de inestabilidad asociado a la desaparición de puntos fijos en los que situar la confianza. Desaparece la confianza en uno mismo, en los otros y en la comunidad.


¿Cómo se concreta esta precariedad?

En primer lugar como incertidumbre: tiene que ver con la confianza en las instituciones, con el cálculo de los riesgos en que incurrimos y del cumplimiento de las expectativas. Pero para calcular correctamente estos riesgos se necesita un entorno estable, y cuando el entorno no lo es entonces se da la incertidumbre. Un joven decide estudiar con la esperanza de que se convertirá en alguien con unas habilidades que serán apreciadas por la sociedad, que será un miembro útil de la misma. Pero todos estos esfuerzos no dan ningún fruto, ya que la sociedad ya no necesita individuos con estas habilidades. En segundo lugar como inseguridad, y tiene que ver con el lugar social de cada cual, con las conexiones de los individuos (amigos, colegas, conocidos… ), las afinidades electivas como Goethe y Weber las llamaban, con los individuos que seleccionamos de entre la masa para tener una relación personal con ellos. Para establecer estas relaciones son necesarias por lo menos dos personas, pero para romperlas basta con uno. Esto nos mantiene en un estado de inquietud, ya que no sabemos si a la mañana siguiente nuestro compañero habrá decidido que ya no quiere saber nada más de nosotros. El tercero es el problema de la vulnerabilidad, de la integridad corporal, y de nuestras posesiones, de mi barrio y de mi calle.


¿En qué medida la amenaza terrorista determina esta inseguridad?

El terrorismo es el último factor que se ha añadido para aumentar esta vulnerabilidad. Pero antes existía el miedo de la clase baja, el miedo del inmigrante que ha abandonado su tierra y ya no se siente acogido en ningún lugar. Esto lleva a las comunidades tipo gueto, encerradas en un muro que no permite la entrada de extraños. A esto hay que añadir el creciente número de pánicos a los que nos vemos sometidos: envenenamiento de las substancias, del aire, la comida, los cigarrillos. Lo que hoy es sano mañana puede ser tóxico, mortal. ¿Cómo es posible estar seguro de algo en un mundo así? Se confirma así la sospecha de que el punto neurálgico de la precariedad ha pasado a ser la vulnerabilidad.

Pero, ¿no encontramos ningún elemento estable en la modernidad líquida?

En la modernidad líquida la única entidad que tiene una expectativa creciente de vida es el propio cuerpo. La modernidad sólida confiaba en que más allá de la brevedad de la existencia humana se encontraba la sociedad imperecedera. ¿Quién diría algo semejante hoy en día? Yo mismo tengo 78 años y, sólo durante mi estancia en el Reino Unido, he vivido en cuatro sociedades completamente distintas y eso sin moverme del mismo lugar: eran las cosas a mi alrededor las que cambiaban. Así pues, yo soy el elemento más imperecedero de mi biografía. A este fenómeno lo denomino la crisis del largo plazo: el único largo plazo es uno mismo, el resto es el corto plazo.

¿Qué hemos ganado con el advenimiento de la modernidad líquida?

Libertad a costa de seguridad. Mientras que para Freud gran parte de los problemas de la modernidad provenían de la renuncia a gran parte de nuestra

libertad para conseguir más seguridad, en la modernidad líquida los individuos han renunciado a gran parte de su seguridad para lograr más libertad.

¿Cómo lograr un equilibrio entre ambas?

No creo que nunca se pueda alcanzar un equilibrio perfecto entre ellas, pero debemos perseverar en el intento. La seguridad y la libertad son igualmente indispensables, sin ellas la vida humana es espantosa, pero reconciliarlas es endiabladamente difícil. El problema es que son al mismo tiempo incompatibles y mutuamente dependientes. No se puede ser realmente libre a no ser que se tenga seguridad y la verdadera seguridad implica a su vez la libertad, ya que si no eres libre cualquiera que pasa por ahí, cualquier dictador, puede acabar con tu vida. Todas las épocas han intentado equilibrar ambas. La idea del estado de bienestar y las iniciativas que propició en la segundad mitad del siglo XX, como, por ejemplo, la asistencia médica universal, surgen de una comprensión profunda de la relación entre seguridad y libertad. Ya lo dijo Franklin Delano Roosevelt: hay que liberar a la gente del miedo. Si se tiene miedo no se puede ser libre, y el miedo es el resultado de la inseguridad. La seguridad nos hará libres.


En los últimos años se ha concentrado en el concepto de comunidad. ¿En qué medida la seguridad va asociada a la idea de una comunidad cerrada?

Es necesario dejar claro que no puede haber comunidades cerradas. Una comunidad cerrada sería insoportable. Estamos demasiado acostumbrados a la libertad para no considerar que una comunidad cerrada sería como una prisión. Por otra parte, vivimos en un mundo globalizado y la comunidad no se puede crear artificialmente. La sentencia: “es magnífico vivir en una comunidad”, demuestra por sí misma que uno no forma parte de una comunidad, porque una verdadera comunidad sólo existe si no es consciente de que ella misma es una comunidad. La comunidad se acaba cuando surge la elección, cuando el hecho de formar parte de una comunidad depende de la elección del individuo. Nuestras comunidades actuales no son cerradas, sólo se mantienen porque sus miembros se dedican a ellas, tan pronto como desaparezca el entusiasmo de sus miembros por mantener la comunidad ésta desaparece con ellos. Son artificiales, líquidas, frágiles. No se pueden cerrar las fronteras a los inmigrantes, al comercio, a la información, al capital. Hace pocas semanas miles de personas en Inglaterra se encontraron de repente desempleadas, ya que el servicio de información teléfonico había sido trasladado a la India, en donde hablan inglés y cobran una quinta parte del salario. No es posible cerrar las fronteras.


¿Entonces para qué sirve el concepto de comunidad?

Los científicos necesitan el concepto de experimento ideal. Efectivamente, un experimento así, en el que todo está controlado no es posible, pero la idea nos sirve de criterio para valorar los experimentos existentes. O la idea de justicia. No existe una sociedad perfectamente justa, ya que es imposible satisfacer las distintas visiones del mundo presentes en la sociedad. Pero sin la idea de justicia la sociedad sería terrible, sería el “todo vale”. Lo mismo vale para la comunidad, necesitamos la solidaridad que implica, el hecho de estar juntos, de ayudarnos y cuidarnos mutuamente. Somos seres humanos en la medida en que estamos en compañía de seres humanos, no basta con estar en presencia física de otros seres humanos, es necesaria la compañía. Si no existiera la idea de comunidad no consideraríamos que la falta de solidaridad es un error.


¿Cómo se forma y mantiene en la actualidad la solidaridad en las comunidades?

Hay expresiones ocasionales de solidaridad. Piense, por ejemplo, en lo que ha sucedido en España después del terrible atentado en Madrid. La nación se solidarizó con las víctimas. Fue una reacción mucho más bonita que la de los americanos después del 11-S. Ellos expresaron miedo y reaccionaron de manera individualizada, cada cual portaba la foto de su familiar o amigo fallecido. Aquí, en cambio, todos sintieron que una bomba contra cualquiera era una bomba contra ellos mismos. Por ello portaban pancartas en las que simplemente habían escrito de manera ostensible “NO”. Creo que la memoria de estos hechos permanecerá y que ejercerá alguna influencia, en forma de solidaridad, sobre la vida cotidiana. Pero uno nunca sabe lo que puede suceder. En mi anterior visita a Barcelona me impresionaron mucho las sábanas blancas en los balcones, las señales contra la guerra, esa tremenda expresión de solidaridad en toda la ciudad. Mi mujer se preguntó primero si es que en Barcelona todo el mundo hace la colada el mismo día, ya que al principio no podíamos entender lo que sucedía. Supongo que se trata de un modo específicamente español de reaccionar solidariamente. Pero en general, lo que sucede son expresiones ocasionales de solidaridad. A veces no por razones tan nobles como éstas a las que me he referido. Por ejemplo, llevo 33 años viviendo en Leeds, una área muy aburrida, gris, de clase media, en donde impera una indiferencia política absoluta. Desde que vivo allí sólo en una ocasión hubo cierta excitación política con manifestaciones, reuniones, distribución de panfletos y todo eso. El asunto en cuestión era la construcción de un campo de gitanos a cuatro millas de la ciudad. Eso también fue una expresión de solidaridad.

Entonces la solidaridad tiene tanto un sentido positivo como uno negativo.

Sí, eso es lo que sucede con la tendencia de las comunidades a cerrarse. La solidaridad se crea mediante una frontera: un interior donde estamos nosotros y un exterior donde están ellos. En el interior el paraíso de la seguridad y la felicidad, en el exterior el caos y la jungla. Eso es la comunidad cerrada. La palabra no tendría sentido si no implicara la oposición. Y por eso es muy bueno que no podamos construir la comunidad cerrada. Pero también es bueno que tengamos esta idea, ya que podemos discutir sobre el tamaño que debería tener la comunidad. ¿Debería ser tan grande como la de Kant, la “unión universal de toda la humanidad”? ¿ O sólo la comunidad española? ¿O la catalana? Pero ninguna comunidad cerrada incluye a todo el mundo, ya que alcanza su totalidad en tanto que se aísla del exterior, del resto. Es bueno tener la idea de una comunidad que nos incluya a todos, e incluso diría que está en el orden del día. Yo no lo veré porque soy viejo, pero su generación puede acercarse a esa comunidad, ya que las alternativas son demasiado horribles como para pensar que se van a imponer. Nos debemos acercar a la comunidad de toda la humanidad o acabaremos matándonos los unos a los otros.


Pero ¿no apunta el mundo actual hacia lo contrario, hacia el unilateralismo de los Estados Unidos?

Cuando oigo esto siempre me viene a la mente un chiste irlandés: un coche se detiene y el conductor le pregunta a uno que pasa por ahí: “¿Cuál es el camino hacia Dublín?” Y el otro responde: “Si yo quisiera ir a Dublín no saldría de aquí.” Hay mucha verdad en ese chiste. Estoy de acuerdo en que éste es un mundo muy poco propicio para iniciar el camino, sería mejor otro mundo, pero no hay otro que éste. No podemos renunciar a llegar a Dublín sólo porque no estamos en el punto de partida idóneo. Tenemos, es cierto, este imperio mundial de asalto de los EE.UU. que no trabaja para conseguir una comunidad de toda la humanidad, sino que al contrario alimenta el terrorismo y el antagonismo y hace las cosas aún más difíciles. Yo no soy optimista pero tengo esperanza. Hay una diferencia entre optimismo y esperanza. El optimista analiza la situación, hace un diagnóstico y dice, hay un 25% de posibilidades etc. Yo no digo eso, sino que tengo esperanza en la razón y la consciencia humanas, en la decencia. La humanidad ha estado muchas veces en crisis. Y siempre hemos resuelto los problemas. Estoy bastante seguro de que se resolverá, antes o después. La única verdadera preocupación es cuántas víctimas caerán antes. No hay razones sólidas para ser optimista. Pero Dios nos libre de perder la esperanza.

28 de noviembre de 2008

Batman - El Caballero de la Noche: una película política


Por Carolina Giudici



“El lapso de vida del hombre en su carrera hacia la muerte llevaría inevitablemente a todo lo humano hacia la ruina y destrucción si no fuera por la facultad de interrumpirlo y comenzar algo nuevo, facultad que es inherente a la acción a la manera de recordatorio siempre presente de que los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar”.


Hannah Arendt - La condición humana




Un recuerdo personal


Allá por 1989, durante unos pocos meses, canal 13 puso en el aire un ciclo llamado “El club de Batman”, conducido por Guillermo “Macu” Mazzuca, en donde cada día se emitía un capítulo de la serie protagonizada por Adam West. La repentina euforia por el encapotado la había despertado la superproducción dirigida por Tim Burton que por aquel entonces llegaba a los cines. Yo no era particularmente fanática de Batman ni de ningún otro héroe de historietas, pero la serie de televisión me encantaba y jamás me la perdía. Confieso que esperaba especialmente los capítulos en donde aparecía Gatúbela, porque adoraba ver cómo Batman sucumbía ante sus juegos de seducción, sin importar que fuera su enemiga. Hoy, dos décadas después, al comprobar humildemente hasta qué punto la vida es compleja -aunque no tanto como el amor- comprendo un poco mejor por qué cuando era chica me gustaba la relación entre esos dos personajes.


También veo hoy que el áspero primer Batman de Burton se estrenó el año en que asumía George Bush padre, el mismo año en el que un Muro caía para siempre y se preparaba para el año siguiente la Guerra del Golfo (esa que “no tuvo lugar”, según sugirió Jean Beaudrillard). Luego vendrían los Batman colorinches de Joel Schumacher, en plena era Bill Clinton, hasta que el director británico Christopher Nolan decidió resucitar el mito para el planeta post 11 de septiembre, en medio de una década en donde los protagonistas de los comics saturaron la pantalla grande. ¿Pero qué significa ser un superhéroe en el siglo XXI? ¿Y cómo hacer verosímil a la ya naturalizada y altamente mediatizada banalidad del Mal?

Formalidades


Antes de aventurar alguna respuesta, dejemos en claro las impresiones primarias: El Caballero de la Noche es un film entretenido, violento, impetuoso, perturbador, de una ambición por momentos agotadora, con actores de inapelable carisma y una factura técnica que sabe honrar la fisicidad de los cuerpos antes de hundirse en la ingravidez del barroco digital. Además de los intérpretes ya vistos en la película anterior (Christian Bale como Bruce Wayne/Batman, Morgan Freeman como Lucius Fox, Michael Caine como Alfred, el gran Gary Oldman como el comisionado Jim Gordon), están los nuevos: si el Harvey Dent/Dos Caras de Aaron Eckhart fascina, el Guasón de Heath Ledger aterra a la vez que conmueve (es imposible no pensar en el destino trágico del actor). La abrasadora composición de Ledger es la crema de la película: todo el drama se erige como desafío a la ideología de su personaje.


Es cierto que el film tiene debilidades: luego de la fallida elección de Katie Holmes en Batman Begins, Maggie Gyllenhaal tampoco da con el psique du rol de Rachel Dawes; la trama está innecesariamente sobrecargada de personajes secundarios; la voz rasposa de Batman a veces suena ridícula; y hay un par de lagunas en el relato que atentan contra el claro seguimiento del argumento. En fin: como todo producto industrial, El Caballero de la Noche no elude las convenciones y arbitrariedades narrativas impuestas por el género. Pero lo interesante es detenerse en los desvíos de la senda tradicional, esas grietas en donde el arte popular logra esbozar ideas inesperadas: es allí donde fermentan las inquietudes que estimulan la lectura política del film.


Acción y conciencia


Ciudad Gótica es la síntesis de un mundo en donde se ha perdido toda confianza en el otro: cualquiera puede ser corrupto. Las calles están tomadas por la mafia y tampoco se puede creer en la policía. ¿Cómo volver a pensar la noción de comunidad en este panorama infernal? ¿Cómo encontrar un eje para la organización de la sociedad cuando el sistema ha destrozado todos lo valores? Y en el fondo: ¿quién es responsable por la continuidad de ese sistema?
En el libro Apocalípticos e Integrados, Umberto Eco analiza la figura de Superman y se pregunta por qué se limita a cuidar una ciudad. Si realmente la meta de este personaje, como la de otros superhéroes, es favorecer el Bien, ¿por qué no plantearse una transformación un poco más radical, que abarque a la humanidad entera? El poder lo tiene, por eso perfectamente “podría apoderarse del gobierno, destruir un ejército, alterar el equilibrio planetario”, como advierte el pensador italiano. “De un hombre que puede producir trabajo y riqueza en dimensiones astronómicas, se podría esperar la más asombrosa alteración en el orden político, económico, tecnológico, del mundo”. Pero no: Superman desarrolla su actividad dentro de Metrópolis, por lo cual -como dice Eco- es “un ejemplo perfecto de conciencia cívica completamente separada de la conciencia política. El civismo de Superman es perfecto, pero lo ejerce y configura en el ámbito de una pequeña comunidad cerrada”.


Lo mismo puede aplicarse a Batman y su papel en Gotham City, si bien él es humano y no tiene la fuerza cósmica de Superman, que es de origen extraterrestre. Me parece necesario partir de esta diferencia de conciencias que establece Eco para admitir el contrato simbólico de la literatura de masas: el capitalismo no es cuestionado y el mal a combatir está representado por “individuos pertenecientes al underworld, al mundo subterráneo de la mala vida”, incluyendo a la mafia, por supuesto. Digo: hay que aceptar que el paladín de la justicia aquí sea un multimillonario arrogante como Bruce Wayne, que jamás se pregunta cuánta culpa tiene su clase en la promoción de una ciudad cada día más insegura y miserable. Sobre esta base, el guión escrito por Christopher Nolan y su hermano Jonathan explora a fondo tanto la vulnerabilidad del héroe como la función subversiva del villano, buscando trazar algunos puentes con el mundo real contemporáneo.


El Guasón es la encarnación del Mal como absoluto. Está convencido de que el hombre es el lobo del hombre y su objetivo es probar que cualquier alma puede ceder a la tentación criminal. En su delirio terrorista tiene impunidad para decir lo que se le ocurra, por eso es quien lanza las ideas más escalofriantes de la película: “¿Sabes de qué mi di cuenta? -le dice a Harvey Dent. De que nadie se altera cuando todo va de acuerdo al plan, aun cuando el plan sea espeluznante. Si mañana le digo a la prensa que un pandillero fue asesinado, o que un convoy de soldados va a explotar, nadie va a alterarse, porque todo es parte de un plan”. Entonces uno comprende que a este personaje anárquico solo le importa la reacción de un tipo particular de conciencia: la nuestra, la mentalidad del espectador formado en la cultura unidimensional (y que Herbert Marcuse llamó "falsa conciencia").


En la vereda de enfrente, a Batman le surgen muchas dudas mientras a su alrededor aumenta la paranoia. Es que ya no entiende cuál es su lugar en la sociedad. Por otro lado, algo comienza a quebrarse en su relación con Lucius Fox, su mano derecha en Wayne Enterprises. Decidido a apoyar al fiscal Harvey Dent en su campaña política, Bruce firma un contrato con el Estado y convierte al área de Investigaciones de la empresa en el Departamento Gubernamental de Telecomunicaciones, sin consultarlo con Lucius. Luego Lucius descubre el increíble panóptico que mediante una red de ondas sonoras transmite sobre una gran pantalla la información de todos los teléfonos celulares de la ciudad. “Maravilloso, pero poco ético. Es demasiado poder en manos de una sola persona”, advierte el científico. Batman sabe que está cruzando una barrera muy peligrosa, pero al menos aquí el fin -atrapar al Guasón- parece justificar los medios.


El poder económico del empresariado se mezcla con el poder estatal. Tecnologías diseñadas para invadir el espacio privado. La institución que debería velar por la seguridad de las personas -la policía- es la principal sospechosa de pronunciar el caos. Cualquier similitud con lo real es una deliberada coincidencia. Ante cada nueva provocación del Mal, el Bien acude a maniobras cada vez más ambiguas. Todo se confunde a tal extremo que ya no importan los bandos ni el basamento moral de las acciones. ¿Esto es todo lo que hay?


No exactamente. Creer que todos los valores están absolutamente devastados es tan simplista como creer que el mal algún día podrá erradicarse para siempre. “Todos merecemos morir”, cantaba Johnny Depp en la sangrienta Sweeney Todd de Tim Burton, una de las tantas películas nihilistas del último tiempo que proponen el Apocalipsis como único camino lógico para la humanidad. Una conclusión demasiado perezosa. El Caballero de la Noche nos recuerda que el mundo es bastante más complicado. Más pasional y más gris.

Guasón quiere demostrar que cualquier sujeto puede rebajarse a su mismo nivel de locura homicida. Pero su “experimento social” -la extraordinaria secuencia de los barcos- no funciona. La actitud de un grupo de ciudadanos refuta su teoría. Llamémosle nobleza, dignidad, culpa, lo que sea: es una fibra de sentido humano que aún no puede destruirse. Lo interesante es que en ese escenario no están presentes ni Batman, ni Gordon, ni el propio villano. Es el hombre común, librado a su conciencia, quien elige antes que nada respetar la vida del otro.


¿Qué hacemos con esta certeza? ¿Qué hacemos ante la prueba de que todavía existe la posibilidad de la ética? No lo sabemos… quizás empezar todo de nuevo.


Mientras tanto, en Ciudad Gótica es necesario volver a encarrilar el plan: sí, ese “plan” del que hablaba el Guasón y que busca disciplinar a la población para que pueda dormir en paz sin hacer demasiadas preguntas sobre el estado de las cosas. Al final de la película, Batman y Gordon deciden ocultar los crímenes de Dos Caras para eternizar la sana reputación de Harvey Dent. Batman y Gordon manipulan flagrantemente los hechos y construyen un discurso ad hoc que restaure la confianza en la Ley y el Orden. “O mueres siendo un héroe, o vives lo suficiente para convertirte en villano”, dice Batman, que desde ahora será un vigilante clandestino. Y se despide: “A veces la verdad no alcanza. A veces la gente merece más: merece que recompensen su fe”.


De acuerdo, Batman. Tenemos la fe. Ahora hay que pensar cuál es el plan que realmente nos conviene.









26 de noviembre de 2008

“Mundo Grúa fue como mi carnet de conducir en el cine”

ENTREVISTA A LUIS MARGANI


El protagonista del primer film del cineasta argentino Pablo Trapero describe sus experiencias en el cine, su pasado como bajista en una banda de rock en los ‘70 y los recelos en el ambiente y el trato cotidiano con los demás.

Por Marcos Francese



El comedor luce decorado con cuadros, tapas de diarios y fotografías con otros actores. Sobre el modular asoma su tesoro más preciado: el premio al mejor actor del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires de 1999. La televisión murmura las noticias de lo que ocurre en Bolivia. La puerta se abre y aparece el actor Luis Margani, más conocido como el “Rulo”, aquel personaje entrañable que fue el centro de la película Mundo Grúa de Pablo Trapero. Con los ojos entreabiertos y los pelos arremolinados se sienta para comenzar la entrevista. “Me quedé dormido” dice, ofreciendo disculpas.


Margani alcanzó la fama con Mundo Grúa siendo un actor no profesional (actualmente sigue con su taller de electricidad del automóvil), pero este no es el único dato curioso de la vida de este actor de San Justo.


“A mí siempre me gusto el arte”, reconoce. A comienzos de los setenta fue el bajista de la banda de música beat “Séptimo Regimiento”, que se hizo famosa con el hit “Paco Camorra”. Con esta banda apareció en las películas de Luis Sandrini y hasta hicieron giras en el exterior. “Los rockeros nos decían que hacíamos música berreta “, se ríe, mientras alza su mirada buscando recuerdos de su juventud.


Ya en los ‘80, Margani elige el matrimonia y el mundo de la música se termina para él. Y aunque admite que con el taller de electricidad siempre le fue bien, también cuenta que llegó a estar sin el local y a trabajar en la calle. De alguna manera, siempre se la “rebuscó”.


Su llegada al cine se dio gracias a que conocía a Martín Trapero, el padre de Pablo. Margani compraba los repuestos en su local. En 1999, Trapero lo convoca para protagonizar Mundo Grúa. “Cuando me lo propuso le dije no. Era otro desafío”, recuerda Margani.


- ¿Qué experiencias le dejó esa película? Estuvo con actores como Adriana Aizemberg, Daniel Valenzuela y Roly Serrano
- Estar con actores profesionales era otra cosa. Tengo una anécdota con Adriana Aizemberg: cuando me la presenta, pensé que era una vecina. Improvisamos una escena en su departamento. Y la verdad es que me sorprendí. Le dije a Pablo: “muy bien esta chica”. Y Adriana me miraba como diciendo: “¿éste quién se cree que es?”. Cuando empezó a hablar de los planos, no sabía dónde meterme. Me sentía bastante satisfecho mientras rodábamos, pero también estaba mi duda porque no entendía nada de actuación.


Después vinieron sus participaciones en comerciales, series televisivas y distintas películas. En el 2001 coprotagonizó en Chile, “La fiebre del Loco”, un film del prestigioso director trasandino Andrés Wood.


¿Siente que hay cierto recelo con usted en el ambiente porque no es un actor de carrera?
No creo. Una vez un actor me dijo que yo no podía opinar porque no había estudiado. No le di importancia. Grandes actores como Soledad Silveyra me felicitaron. Arturo Bonín dijo que mi actuación era un documento fílmico. Las críticas no me interesan. Si bien Mundo Grúa fue como mi carnet de conducir en el cine, en los últimos años estudié teatro para seguir perfeccionando mi actuación.


A medida que fue creciendo su popularidad, el trato cotidiano -dice Margani- “fue siempre igual”. Destaca que nunca se la creyó. “Por eso seguí con el taller”, aclara el actor. Y eso demuestra que su naturalidad –ese rasgo intransferible que deslumbró en aquel primer film- permanece intacta.
Septiembre de 2008

21 de noviembre de 2008

El segmentado análisis de la crisis económica mundial

La crisis económica mundial dejó al descubierto para quiénes están hechos los medios de comunicación en el país.

Por Lisandro Arijón

El mundo atraviesa un momento económico complicado.
Decenas de bancos muy importantes de los Estados Unidos fueron rescatados por el gobierno de George W. Bush en una medida casi a contramano de lo que dictan los libros de economía liberal en cuanto a la intervención estatal en los mercados. La crisis ya llegó a Europa, donde por estas horas los ministros de todos los países miembros de la Unión Europea intentan llegar a un acuerdo de rescate en conjunto.


Pero si de algo vive el sistema económico que gobierna al mundo es de las crisis, y esta no deja de ser una más. El Capitolio aprobó un plan de rescate financiero por una cifra cercana a los 850.000 millones de dólares, y aun así parece no alcanzar para tapar el agujero que provocaron en el sistema bancario los ciudadanos norteamericanos que dejaron de pagar sus hipotecas por tener tasas de intereses altísimas.


En estas horas donde las cifras en dólares aumentan de tamaño casi como la desigualdad social en el mundo. Sería bueno destacar algunos datos: los 850.000 millones de dólares destinados al rescate servirían para erradicar la pobreza del mundo por dos días, y representan menos de la mitad de los gastos de defensa de los EEUU en un año.


Por estas tierras al sur del continente los días de temblor mundial pasan entre ecónomos que surgen de todos lados y periodistas que parecen tener pocos recursos a la hora de intentar develar o esclarecer mínimamente los por qué y los cómo que la sociedad reclama conocer. Por el contrario, las preguntas que más se escuchan estos días en radio y televisión son: ¿cómo afecta la crisis a la argentina? ¿Qué hacemos: compramos dólares o euros? De esta manera se subestima al público, entregando consejos mágicos en lugar de buscar un lugar para el razonamiento y el aprendizaje.


El tratamiento de la crisis en los medios, sobre todo en la televisión y aún mas acentuado en programas no especializados en economía, parece estar destinado a un cierto público con determinado poder adquisitivo. Fue curioso ver cómo en la mayoría de los programas de TV, principalmente los de la mañana, las dudas pasaban entre “poner la plata en ladrillos”, “comprar dólares” o “cambiar el auto”.


Es conveniente recordar que, según cifras no oficiales (claro), en la Argentina existen unas 10 millones de personas que tienen problemas para poder cubrir sus necesidades básicas todos los días, necesidades que no incluyen compra/venta de inmuebles ni especulación financiera, y muchas de estas personas ven televisión y escuchan radio.


Es lógico que grandes medios de comunicación devenidos en poderosos grupos económicos tengan reales intereses en qué y cómo se difunde esta crisis económica global, pero algunos sectores marginados de la sociedad parecen destinados a ser difundidos como una tribu urbana más y no como parte de la sociedad.

19 de noviembre de 2008

Un diálogo con Fernando Bravo

De micrófonos y decathlones

Por Diego Codini

Me acuerdo que hace tiempo la persona a la que estoy por entrevistar llamó a mi viejo para el cumpleaños, aunque ellos no se conocían. Quien llamaba no era otro que Fernando Bravo, actualmente conductor del programa “Que Te Parece”, que se emite por radio Del Plata AM 1030. Desde hace años, Bravo tiene la costumbre de llamar por teléfono y saludar por los cumpleaños de manera sorpresiva.

Llego una hora antes de que termine el programa diario y rápidamente me sumo al equipo de producción. Desde allí lo observo y no pasan ni cinco minutos para que levante su mirada, sonría y me salude con la palma de su mano. Tan insólita pequeñez me hace sentir parte del grupo y me genera inquietud por saber si realmente su persona es como la percibo por sus gestos. Se me viene a la cabeza cuando lo llamé para concretar la entrevista y no dudó en hacerse un espacio para atenderme. Parecía otro augurio de con quien me podría encontrar. “Si, cuando te quede a vos mas cómodo si querés venite antes de que termine el programa y de paso mirás y después hacemos la nota”, me contestó aquel día.

Nuestro contexto para charlar es un estudio de radio cálido como el personaje al que voy a entrevistar, al menos eso pienso hasta el momento. Cálidos también fueron los veranos en San Pedro, ciudad donde nació y creció. Los veranos de la adolescencia eran muy diferentes al resto de los chicos. “En vez de ir al río me iba a dar vueltas con un autito a hacer publicidades, una propaladora de Don Jacobo Levín. Esos fueron mis comienzos frente al micrófono”, cuenta.

Siempre prefiere que se lo considere locutor y no periodista. Estudió locución en el ISER y no le quedaba para nada cerca de donde vivía. “Hoy defendía a Pino Solanas y los trenes, porque si no hubiese existido el tren no habría podido hacer la carrera de locutor. Salía a las tres de la tarde y llegaba a casa a las tres de la mañana”, comenta en relación a la decadencia de los ferrocarriles en la Argentina y hace referencia a un reportaje que le realizó días atrás al director de cine y militante político Pino Solanas.

Pasaron muy pocos días de los juegos olímpicos de Beijing y una vez más Fernando Puchulu no puede con su genio y compara su profesión con algo de común conocimiento. “Los locutores o conductores terminamos siendo decathlonistas. El decathlonista corre 100 metros con valla, tira la garrocha, tira el disco, salta en alto, en largo… Nosotros somos eso: no nos especializamos en nada pero tocamos todos los temas. Lo importante es que tengamos cierta información”, asegura.

Comenzó su trabajo en los medios en el año 1969. Pasó por diferentes programas de televisión y radio. Condujo diversos espectáculos e incluso fue premiado más de una vez. Tiene más de 30 años de trayectoria en los medios. Su primer paso por la televisión fue en Campana de Cristal por la pantalla de canal 13, luego condujo varios premios Martín Fierro y hasta fue protagonista de programas que marcaron historia como Siglo XX cambalache y Fer Play. En radio debutó en radio Belgrano entre otras.

“Si vos tenés que hacer un reportaje, tenés que saber de quién se trata la persona a entrevistar, quién es. No hay que competir con el entrevistado sino nutrirte de él para sacarle partido. No dar todo por hecho, siempre preguntar para saber y básicamente ponerte al servicio de un reportaje que le sirva al que está escuchando. Siempre se pregunta para saber nunca se pregunta para dar por sobreentendido”, explica Bravo, y agrega: “El mejor reportaje es cuando vos no te notás, y ponés todo al servicio del producto. Uno se hace notar porque brilla sin estar en el primer plano”.

Me quedo con ganas de aprovecharlo para que dé algún consejo a los jóvenes que quieren seguir sus pasos. “Yo le recomiendo -dice- a quien quiera llegar a los medios que, como mínimo, lea dos diarios por día porque eso da una fluidez y un bagaje de información que algún día le va a servir. En algún lugar, como en el disco rígido, va quedando todo lo que uno lee y en cualquier momento puede utilizarse”.

Por otro lado, Bravo también se refiere a la práctica periodística pro excelencia: la entrevista. “Si vos tenés que hacer un reportaje, tenés que saber de quién se trata la persona a entrevistar, quién es. No hay que competir con el entrevistado sino nutrirte de él para sacarle partido. No dar todo por hecho, siempre preguntar para saber y básicamente ponerte al servicio de un reportaje que le sirva al que está escuchando. Siempre se pregunta para saber nunca se pregunta para dar por sobreentendido”, explica el locutor, y agrega: “El mejor reportaje es cuando vos no te notas, y pones todo al servicio del producto, uno se hace notar porque se brilla sin estar en el primer plano”.

Desde que empecé la nota no deja de bostezar. Me parece que lo estoy aburriendo pero como una suerte de adivino intuye un poco y, rápidamente, aclara: “mira que bostezo no porque me aburra. Es que siempre después del programa puedo estar bostezando hasta mucho más tarde”. De a poco voy haciendo el estudio de campo para comprobar mi hipótesis de su persona cual psicólogo con su paciente, y compruebo que me mira atentamente, señal de que es una persona respetuosa y franca. Así que no lo quiero retener más.

Concluye la entrevista y me acompaña hasta la puerta, gesto que terminar por confirmar mi teoría. Es un profesional del periodismo, es cierto, pero es difícil mantener la distancia “objetiva” cuando uno siente que ya conoce al otro tanto como si fuera un amigo. Este es el verdadero Fernando Puchulu. Desde hoy, para mí solo Fernando.

Agosto de 2008